Fecha de publicación: 08/09/2018

Meditación del Padre R.Maloney: Los últimos días de ozanam

Consejo General Internacional

Amélie, la esposa de Federico, escribió con esmero sus impresiones sobre sus últimos días. Tuvo que ser terriblemente doloroso para ella aceptar que la vida de Federico llegaba a su fin. Él le seguía pareciendo muy joven, con 40 años. Su hija María tenía solo 8 años. La misma Amélie viviría 41 años más; Marie viviría ya en el siglo XX. Merece la pena meditar sobre las notas de Amélie, especialmente porque los “últimos días” forman parte de todas nuestras vidas. Permítanme que les sugiera tres reflexiones.

Federico pasó sus últimos días escuchando a Dios, especialmente porque Dios le hablaba a través de las Escrituras. Amélie dice que Federico “vivía constantemente en presencia de Dios.” En épocas anteriores de su vida, había tenido dificultades para creer. Ahora, en sus últimos días, tenía una firme confianza en la presencia y la providencia de Dios. Ella es testigo de que cada mañana, mientras descansaba en Italia intentando recuperar su salud, Federico leía las Sagradas Escrituras en su Biblia en griego (¡siempre el erudito!), “anotando todos los pasajes relativos a la enfermedad y redactando un libro para las personas enfermas.” Ella nos cuenta la alegría que era escucharle cuando él hablaba de las Escrituras, incluso a pesar de tener el cuerpo “totalmente hinchado” y aunque estuviera preocupado por “lo mucho que se cansaba.” Ella declara que, al mismo tiempo que amaba la vida, “reveló su gran tristeza a Dios en oraciones demasiado hermosas y fortalecedores para ocultarlas.»

Él sentía paz. Por las tardes, solían sentarse en el balcón, veían ponerse el sol y contaban los barcos en el mar. Una tarde, cuando ella le preguntó cuál era el mayor regalo de Dios, él dijo que “tener paz en el corazón.” Añadió que, sin paz, podríamos “poseerlo todo y aun así no ser felices,” pero con paz, “podríamos soportar el sufrimiento más difícil y la cercanía de la muerte.” Amélie observa que Federico siempre tuvo un gran temor al juicio de Dios, “pero, cerca del final de su vida, este miedo dejó paso a una calma sorprendente y a una gran confianza en la misericordia de Dios.” Un día, un sacerdote le animó a que tuviera confianza en Dios. Federico respondió, “¿Por qué iba yo a temer a Dios? ¡Le amo tanto!”. Amélie escribió: “La agitación de un espíritu ardiente dio paso a la calma y la paz de corazón, el regalo más dulce que Dios puede hacer a todas sus criaturas, fue la recompensa que todo su sacrificio esperaba.”

Él estaba agradecido a sus amigos. A lo largo de toda su vida, Federico, como muchos otros santos, tenía el don de la amistad. Él consideraba a Amélie su amiga más cercana, y poco antes de su muerte, le dijo, “Te doy las gracias por todo el consuelo que me has dado.” Ozanam mantuvo una animada correspondencia con numerosos amigos, incluso cuando su fuerza decaía. A medida que se resignaba a morir, se sentía especialmente agradecido por las oraciones de sus amigos que le acompañaban. Las cartas que escribía a las personas más cercanas a él tenían un tono cálido y positivo. Justo dos meses antes de su muerte, terminó una larga carta, “Adiós, mi querido amigo. Solo queda espacio para abrazarte tiernamente.” A otro amigo le escribía: “Adiós. Por favor, transmite a todos los tuyos mis recuerdos, mis mejores deseos, y ten la certeza de mi tierno afecto”. Los amigos eran parte integral de su vida. Cuando pienso en Federico, recuerdo las palabras de Shakespeare, “Aquellos amigos que tengas, y que hayas intentado conservar, aférralos a tu alma con anillas de acero.»

Vicente de Paúl vivió el doble de años que Federico (murió a los 80). Al final de su vida, animó a sus seguidores a ser conscientes de la muerte como realidad inevitable, ya que todos tienen que enfrentarse a ella. Él les dijo “Durante los últimos dieciocho años, nunca me he ido a la cama sin prepararme para presentarme ante Dios esa misma noche”. Federico aprendió bien esta lección. Como Vicente, vivió una vida plena y se entregó a Dios plácidamente.